SUCRE EN QUITO, DESPUÈS DE LA BATALLA

 

Conmemorando el natalicio del Mariscal Antonio José de Sucre, recordamos una pequeña anécdota vivida durante los días de independencia.
El 24 de mayo de 1822 estaban en batalla solo 217 de los 24.000 habitantes que tenía Quito, prefiriendo la gran mayoría, vivir la contienda desde sus casas. Juan Pólit Laurel junto a su hijo José Pólit Lana observaron el combate desde su terraza en las calles Cuenca y Chile. Lo mismo hicieron los Batallas desde su azotea que se asomaba tras la muralla del Convento de la Merced. Una vez terminada la gresca el ejército de Sucre descendió y se alojó en las casas de La Chilena, ayudados por Vicente Espinoza, conocido como “Taita Viche”, quien socorrió a algunos de los heridos, entre ellos Abdón Calderón. Chepa Bolaños mujer de 30 años de quien se dice preparaba el mejor chocolate de Quito, dio comida a Sucre y a su ejército haciendo un brindis en su honor con bizcochos y chicha. Por orden de Sucre, todas las tropas que entraran a Quito la tarde del 25 de mayo debían disponerse por lo menos uno en cada casa de la ciudad. Para sí mismo Sucre, escogió la de los Pérez Calisto quienes al principio lo recibieron de mal agrado (El Comercio, 2019).
Antes de elegir en cual casa se alojaría, Sucre examinó detenidamente todas las posibilidades que tenía. Según él, las mejores estaban sobre la calle García Moreno. Desde fuera observó maravillado las mansiones en las que vivían: El Marqués de San José, María Salvador, los Tobar Lasso, Francisco Angulo y Bartolomé Donoso. Sobre las casas de la Cuesta del Suspiro, actual calle Olmedo, vio el Mayorazgo de Lasso en toda la primera cuadra, las Conceptas en la segunda cuadra, al lado izquierdo las casas de Miguel Grijalva, la de los Busé, la de los Chiriboga – Borja, la de los Alva, la de los Borja, y la de Ramón Chiriboga. Sobre las familias de la calle del Correo, actual Venezuela, los Sanz - Osorio, el doctor San Miguel, los Cabezas, los Serrano, los Carcelén, quienes vivían con sus primos Ustáriz y poseían veinte y tres empleados de los cuales siete llevaban el apellido Carcelén, y los Jijón. Frente a estos los Quiñonez Villa – Gómez y los Pérez Calisto, quienes contaban con nueve empleados indígenas y más de 30 inquilinos (El Comercio, 2019).