REVOLUCION DE LAS ALCABALAS: 1592-1593

Revolución de las alcabalas

Revolución de las alcabalas
 

“Todo el período del coloniaje español registra una violenta lucha de clases. Las masas urbanas de artesanos, pequeños comerciantes y trabajadores levantaron importantes combates en contra de la administración colonial y los terratenientes españoles. La “Revolución de las Alcabalas” en 1592, y la insurrección de los barrios de Quito, conocida como la “Revolución de los Estancos”, en 1765, fueron manifestaciones altas de esta lucha en contra de la dominación española, utilizada y dirigida por los terratenientes criollos”. 

Fue una de las primeras manifestaciones políticas del pueblo quiteño en contra de las autoridades españolas. Se desarrolló entre julio de 1592 y abril de 1593, cuando Manuel Barros de San Millán era el Presidente de la Real Audiencia de Quito; y tuvo su origen cuando Felipe II, Rey de España, expidió la Cédula Real por medio de la cual dispuso el pago de un nuevo impuesto del 2% sobre las ventas y permutas.

Este impuesto había sido creado con el propósito de equipar una armada que vigilara los mares de las indias y protegiera el comercio las ciudades y puertos españoles de América, que constantemente sufrían el ataque de corsarios y piratas que las saqueaban y quemaban para apoderarse de sus riquezas.

Los miembros del Cabildo quiteño resolvieron no aceptar el nuevo impuesto y lo notificaron al rey. Como el gobierno de la Audiencia no les prestó atención, los miembros del Ayuntamiento acudieron ante el Procurador, Alonso Moreno y Bellido, para que sea él quien dirija las acciones que debían adoptarse para impedir la aplicación de dicho impuesto. A partir de entonces se realizaron varias reuniones secretas en las que por primera vez se oyó hablar de “insurgencia”, concepto que en esa época era castigado con la horca.

Al conocer de estas reuniones, el presidente Barros de San Millán escribió al Virrey del Perú, García Hurtado de Mendoza, señalando los peligros que se avecinaban y pidiéndole auxilios militares, a lo que éste respondió enviando una fuerte dotación de arcabuceros al mando del capitán don Pedro de Arana.

La noticia de la llegada de refuerzos militares puso en alerta a los quiteños, y las organizaciones populares y el cabildo prepararon una fuerza de aproximadamente mil hombres para enfrentar a los realistas, al tiempo que todo el pueblo se preparó también para una guerra defensiva, al grito de: “A las alcabalas, balas, a la libertad, lealtad”.

El 15 de agosto, día señalado para comenzar el cobro, el Cabildo acudió a la Audiencia con el pueblo. Más tarde, el dirigente Moreno Bellido, fue apresado. El pueblo lo liberó y lo paseó en triunfo por las calles de Quito. Posteriormente, el asesinato de Moreno Bellido exaltó los ánimos: el palacio de la Audiencia fue asaltado y el presidente de la Audiencia, San Millán, a duras penas pudo salvar su vida. A la tensa ciudad llegó un comisionado regio y fue bien recibido. Por su parte, fray Pedro Bedón, a quien el pueblo admiraba y respetaba por su talento, realizó importantes declaraciones defendiendo la obligación de que se escuche a los representantes del pueblo.

Al poco tiempo las autoridades españolas aceptaron la mediación del padre Bedón y ofrecieron escuchar a los quiteños, por lo que el pueblo depuso su actitud armada y permitió la llegada de las fuerzas de Arana sin oponer la menor resistencia.

Inmediatamente las autoridades realistas organizaron un tribunal especial y ordenaron la prisión de los dirigentes y partidarios de la revolución, a los que juzgaron muy ligeramente y condenaron a muerte.

A los patriotas se los ahorcaba por la noche para que a la mañana siguiente sus cadáveres pudieran ser contemplados por los vecinos de la ciudad como un escarmiento en contra del pueblo y la revolución. Al conocer el Rey de España y el Real Consejo de Indias lo que estaba sucediendo en Quito, desaprobaron airadamente dichos crímenes, pero desgraciadamente las noticias tardaban mucho tiempo en llegar y fueron muy pocos los que pudieron escapar de la persecución.

Los principales jefes de la Revolución de las Alcabalas fueron ahorcados sin fórmula de juicio y decapitados. Sus cabezas se ex pusieron en la Plaza Mayor.

(Enciclopedia del Ecuador de Efrén Avilés Pino)

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