MASACRE DEL 15 XI DE 1922: Carlos Lasso Cueva.

 

Masacre del 15 XI de 1922

POR CARLOS LASSO CUEVA. TOMADO DEL BLOG DEL AUTOR.

Aniversario de un proceso de lucha frustrado repetidas veces.
La revolución liberal de 1895 había hecho transformaciones en la superestructura del Estado teocrático, nada más. No tocó la estructura económica, pues renunció a realizar la reforma agraria. El poder latifundista quedó intacto y ni el concertaje fue abolido hasta 1916, gracias al proyecto del Dr. Agustín Cueva Sánz (padre del sociólogo Agustín Cueva Dávila).

Alfaro y sus hombres traicionaron los postulados antifeudales que supuestamente tuvo esa revolución impulsada por la burguesía comercial importadora y exportadora costeña… la oligarquía cacaotera. Hay que ver la lista de los pro-hombres del patriciado guayaquileño que firman el manifiesto del 5 de Junio. Todos pertenecían al selecto Club de la Unión.

Es cierto que expropiaron las tierras del clero, medida iniciada en el primer gobierno de Plaza y profundizada en el segundo gobierno de Alfaro. Pero las arrendaron a los terratenientes y a los nobles, con indios y todo.

El proceso liberal dió todo lo que podía dar y el segundo gobierno de Alfaro ordenó tirar a matar a una marcha estudiantil -presidida por Belisario Quevedo- en la capital, cosa que precipitó su deterioro y su destitución, producto de una masiva movilización humana que logró que este se asilara en la embajada chilena.

Exilado Alfaro en América Central, Montero, a la sazón jefe militar de Guayaquil, decide levantarse en armas y llama a Alfaro, que comete el error de prestarse a esta aventura. El resultado fue una mortandad de tres mil soldados, tanto de la tropa alfarista como del ejército constitucionalista. Alfaro fue capturado con sus lugartenientes. El ambiente adverso para el llamado “viejo luchador” era evidente en Guayaquil. Esto se reveló en el asesinato de Montero por la turba. Fue linchado, abaleado, lanzado su cuerpo a la calle (al pie de la plaza de San Francisco) y quemado. Enseguida se quiso hacer lo mismo con Alfaro y los otros pero hubo algún oficial prestigioso del ejército constitucionalista que lo impidió, pistola en mano.

Se decidió enviar a Alfaro a Quito, en donde el ambiente no era menos tenso que en Guayaquil. La verdad es que Alfaro había elegido ese destino. Las viudas y los huérfanos caídos en esas batallas fratricidas (Huachi, Naranjito…) pedían su cabeza. El resto es cosa sabida. Tantos cientos de muertos inútiles impactaron gravemente en la conciencia de la gente. Se le veía a Alfaro como el causante.

Plaza Gutiérrez era un liberal de trayectoria. Representante neto de los intereses de la burguesía comercial. Entendió y se aclimató mejor que Alfaro en el manejo administrativo del Estado oligárquico. Su segundo gobierno mostró el desgaste de una doctrina incapaz de ofrecer la justicia social. Y firmó el decreto llamado LEY MORATORIA “CON EL QUE CONSAGRÓ EL DOMINIO ECONOMICO Y FINANCIERO QUE EJERCIAN LOS BANCOS SOBRE EL PAIS ENTERO, EMITIENDO SIN CONTROL Y SIN RESPALDO PAPEL MONEDA, Y POR TANTO ESTAFANDO A LA POBLACIÓN, CON ESPIRALES INFLACIONARIAS E HIPERINFLACIONARIAS, CON SALARIOS DE HAMBRE, DESOCUPACIÓN Y MISERIA. PLAZA ENCUBRIÓ LOS DELITOS DE FRAUDE DESCOMUNAL A LA NACIÓN POR PARTE DE LA PLUTOCRACIA, ESPECIALMENTE GUAYAQUILEÑA” : (Juan Andrade Heyman: MISCELANEA. Pag. 47)

Bajo ese andamiaje oligárquico-especulativo-agiotista se sostuvieron los siguientes gobiernos liberales, electos mediante el fraude electoral institucionalizado. Así rigieron los destinos de este pobre país Baquerizo Moreno, José Lus Tamayo y Gonzalo Córdova. El nivel de vida de las masas se derrumbaba mientras nacía el capitalismo industrial, acarreando la aparición de los primeros núcleos de proletariado moderno. Pero la situación económica era crítica, con gobiernos arrinconados por la plutocracia bancaria (sobre todo el banquero Urbina Jado) que hacía de las suyas, acumulando capital cobrando al gobierno con altos intereses préstamos hechos con dinero sin respaldo. El negociado se mantenía sin réplica, mientras las condiciones sociales se deterioraban.

Fue una época en la que en el mundo entero hubo movimientos de masas poderosos que amenazaron al capitalismo, sobre todo en Europa, y en Rusia, donde los bolcheviques tomaron el poder en 1917. Luego ocurrió, en medio de dramáticas jornadas en Alemania, el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebchnet. La doctrina socialista cobró un impulso formidable y nacieron teóricos e ideólogos que la difundieron a los cuatro vientos.

Ese mensaje empezó a llegar a América Latina y al Ecuador.

El socialismo era la sucesión lógica de la decadente doctrina liberal que había apuntalado el orden establecido burgués con los gobiernos de Alfaro, Plaza,etc. Ambos personajes fueron dos fichas de esos intereses, que se manejaron con diferentes estilos, sin contradicción uno con otro. En esencia eran la misma cosa, aunque ahora la demagogia pretenda hallar en Alfaro virtualidades “socialistas” que no las tuvo, y que era imposible que las tenga, pese a su estilo paternalista y proclive al populismo.

Reventó la crisis en Guayaquil y las masas de trabajadores se movilizaron. Ya se sabe que el estilo proletario de lucha no es la guerrilla campesina ni el terrorismo urbano. Para nada. La forma de lucha obrera por antonomasia son las asambleas obreras y la huelga de masas que para al sistema productivo en seco. Lo jaquea al Estado frontalmente y crea una situación a la que teóricos como Trotsky llamaron de “doble poder”. Quizás la máxima teórica de la lucha proletaria moderna fue Rosa Luxemburgo, autora del libro “HUELGA DE MASAS, PARTIDO Y SINDICATOS”.

En Guayaquil se presentó por varios días esa situación de “doble poder”. Nadie se movía, ningún carro transitaba sin el salvoconducto de las asambleas de trabajadores.

Conozcamos lo que dice Pedro Saad N en su artículo publicado en el periódico “ARTE” EN 1935: “Con una escaza industrialización, aún más escaza que la actual: con una clase obrera desorganizada, política e ideológicamente débil, sin partidos políticos formados, con grandes rezagos anarquistas en su estructuración, sin ninguna ligazón con el campo. En una palabra en condiciones en que las tareas revolucionarias que la clase obrera, los campesinos y las masas populares tienen delante, no habían sido ni siquiera planteadas en el terreno ideológico, ni orgánico”.

Prosigue Pedro Saad N: “De allí la debilidad política del movimiento; de ahi que dicho movimiento haya sido aprovechado por políticos burgueses de la peor especie, que filtrándose en el movimiento obrero, pretendieron encauzarlo por la vía de la defensa de sus intereses. Por eso un movimiento grandioso, que inició su trayectoria con reivindicaciones específicamente obreras y populares, se convierte en un movimiento en defensa de los intereses de una trinca capitalista, un movimiento en favor de la incautación de giros”.

Continúa Pedro Saad N describiendo este evento: “Pero eso no quita la grandiosidad del movimiento. Era la primera vez que la clase obrera ecuatoriana aparecía en el combate y aparecía con una pujanza que hizo temblar a las clases presoras, que hizo tambalear su dominación. Ahi hemos visto como nunca manifestaciones de treinta mil trabajadores que recorrían las calles de Guayaquil, ardiendo de entusiasmo, con la ingenuidad de los movimientos iniciales pero con la decisión de todo el movimiento revolucionario”.

“Bastaré recordar el esbozo de soviets surgidos del movimiento de Noviembre. En la ciudad dominaba el Comité de Huelga; nadie se movía sin la autorización de ese comité, y se planteaba ya la dualidad del poder. Desgraciadamente faltaba la existencia de un partido político de la clase obrera capaz de comprender la trascendencia del movimiento, de orientarlo y conducirlo al triunfo de la revolución popular”.

“Por eso el movimiento de Noviembre e snuestro. Por eso reivindicamos nuestros muertos, caidos en la lucha y no los reivindicamos con lágrimas en los ojos sino con el grito de lucha y de combate en los labios, los reivindicamos como los primeros paladines de la lucha revolucionaria, como los que enseñaron a sus hermanos el camino a seguir, como los que con sus vidas nos abrieron los ojos ante las debilidades del movimiento y nos impulsaron a subsanarlos”.

En otro documento titulado LA CTE Y SU PAPEL HISTÓRICO, Pedro Saad N vuelve a referirse a la masacre deel 15 de Noviembre de 1922 de este modo: “Enfrentados a una situación de crisis económica grave, con la economía del país en descenso como consecuencia de la baja de las exportaciones entonces fundamentalmente de cacao, que fue afectado por la peste denominada “la escoba de la bruja”, con un encarecimiento de la vida que hasta entonces no se había experimentado en esas proporciones, carentes de derechos y garantías, los trabajadores ecuatorianos, en concreto los trabajadores de Guayaquil, el centro industrial más importante, emprendieron la lucha heróica, inolvidable, que culminó en la criminal matanza del 15 de Noviembre de 1922, realizada por el gobierno de Tamayo, por sus asesores, al frente de los cuales estaba Carlos Arroyo del Río, y por el ejército servidor de los opresores”.

Seguimos esuchando las palabras de Pedro Saad N: “No nos proponemos hacer hoy la historia de ese movimiento. Nos limitaremos a recordar que durante muchos días la clase obrera mantuvo un paro general en la ciudad de Guayaquil; que el Comité de Huelga que funcionaba como organismo dirigentede la lucha controlaba toda la ciudad; que la clase obrera paralizó hasta los servicios de luz y transporte y que aún el Gobernador de la Provincia tenia que pedir autorización para que su vehículo pudiese transitar por la ciudad”.

“La burguesía operó entonces en la forma que ya conocemos. Filtró en el movimiento, a título de síndicos, abogados de las clases dominantes que desviaron la lucha de sus objetivos de clase y que la redujeron a la acción para alcanzar una incautación de giros provenientes de la exportación, maniobra que beneficiaba a determinados sectores de la burguesía, pero que no resolvía los problemas populares”.

Conozcamos las sintéticas conclusiones que Pedro Saad Niyain extraía de esa experiencia: “El desenlace es conocido. La sangre proletaria generosa tiñó las calles de Guayaquil…las razones de la derrota de 1922 son conocidas. Pese a la acción unitaria, pese al heroismodesplegado por la clase obrera, fuimos aplastados y masacrados…En 1922 la clase obrera ecuatoriana era una clase social que aún no tenía conciencia de clase, era una clase por el papel que desempeñaba en la producción, pero no era una clase que hubiese determinado con precisión los objetivos históricos en el Ecuador y los caminos para alcanzarlos. Era, como diría Engels, “una clase en si pero no para si…Las influencias anarco-sindicalistas eran sumamente fuertes, decisivas en ese momento. Para estas corrientes anarco-sindicalistas la masacre del 15 de Noviembre constituyó una verdadera partida de defunción, porque allí se puso en evidencia a donde llevaban a las masas, y después de ese bao de sangre no pudieron volver a prosperar, languideciendo hasta desaparecer algunos años más tarde”.

Faltó la dirección política. Siempre ha sido ese el problema. Los obreros fueron manipulados por abogados burgueses infiltrados en las filas sindicales. Acogieron ingenuamente sus tesis de que era necesario no el alza de sueldos y salarios sino el cambio en el precio del dólar. En el fondo se trataba de pugnas bancarias a la que estos abogados respondían. Y la lucha se desvió, como explica Manuel Agustín Aguirre en un opúsculo muy objetivo sobre el tema.

Manuel Agustín Aguirre destaca el papel de los banqueros (Eduardo Game y José Rodríguez Bonín, gerentes del Banco del Ecuador, y Victor Emilio Estrada del Banco La Previsora), de la Confederación Obrera,que estaba vinculada al Partido Liberal, y de la central sindical FTRE, de filiación anarcosindicalista, del Banco Comercial y Agrícola,ligado a los exportadores que emitía billetes libremente, sin respaldo oro, y menciona el papel que jugó en todo el lapso de los gobiernos liberales la llamada Ley Moratoria (a la que se refiere Juan Andrade Heymann en un artículo en este blog).

Aguirre describe que se pasó de la lucha por el alza de sueldos y salarios, manipulados por los abogados burgueses infiltrados en sus filas, a una lucha para un “acuerdo relacionado con la incautación de letras como medio de obtener la baja del cambio. “El día 10, en una manifestación en la Plaza Rocafuerte, un orador sostiene que el proletariado debe pedir la baja del cambio, manifestación que se traslada a la gran asamblea, reunida en la Asociación de Cacahueros, donde se hace conocer la resolución de dicha confederación, en la que, considerando el alza del cambio como la causa de todos los males, y la inutilidad del alza de salarios como contraproducente para los trabajadores, se pide el nombramiento de una comisión de cuatro delegados obreros, asesorados por conocidos banqueros como V. E. Estrada, Bertino Berrini y José Eduardo Molestina, para que se entrevisten con los gerentes del banco Comercial y Agrícola y del Banco del Ecuador sobre ciertas cuestiones relacionadas con el problema. El Dr. José Vicente Trujillo se pronuncia de acuerdo con la delegación acerca de la inutilidad del alza del salario, como forma de impedir el alza del costo de la vida. A pesar de que el otro síndico. Dr. Carlos Puig Vilazar, sostiene que no importa que el dólar suba, ya que lo principal es el pliego de peticiones que ha sido aceptado y constituye un éxito de la asamblea (lo último no es cierto: M.A.A.), termina por consultar a esta, cuál era la mejor solución, y le responden desde las últimas filas en las que se hacinan muchas gentes sospechosas ¡Abajo el dólar! y “todo se fue al suelo”, con la consiguiente desmoralización de los dirigentes de la Federación, muchos de los cuales se habían opuesto al desvío de la huelga”.

Y comenta Manuel Agustín Aguirre esa desviación del proletariado engañado por sus enemigos: “Asi se ha pasado, casi sin transición, de una actividad que se inicia como una reivindicación de clase, a un gran movimiento popular que llega a ser hegemonizado por la pequeña burguesía y los sectores medios, que actúan como intermediarios de la burguesía y para su beneficio; la lucha de clases ha degenerado en la conciliación de clases, en el reformismo que pone la esperanza de redención de los trabajadores en un decreto gubernamental formulado por hábiles banqueros avezados en las manipulaciones financieras y el timo. La falta de una clara conciencia de clase y de una ideología auténticamente proletaria que la armara para la lucha, la pone a merced de una dirección burguesa y de una ideología conciliadora, que la desvía de sus objetivos”.

José Luis Tamayo envió ese famoso telegrama al jefe de Zona, General Barriga: el mismo era una orden tajante. Debía parar a raya esa movilización popular.

Patricio Ycaza cuenta en su extraordinario libro “Historia del Movimiento Obrero Ecuatoriano” que el militar que llegó jefaturando las tropas que perpetrarían la masacre fue el Coronel Pedro Concha Torres, hermano de Carlos Concha y de la primera dama de ese entonces, doña Esther Concha Torres, esposa del Presidente José Luis Tamayo.

Y se inició la masacre en momentos en que el nivel de organización popular lucía compacto. No solo la tropa del ejército se encargó de la represión a bala. Los cronistas cuentan que desde las casas de distinguidas familias locales se disparó sin cesar a la gente que huía buscando refugio. Elías Muñoz Vicuña se incorporó como miembro de la Academia Nacional de Historia con un discurso sobre el 15 XI que se publicó en una edición de la revista de la Universidad de Guayaquil. El investigó el número de muertos y consiguió una lista. Eran casi cien.

Arroyo del Río había dicho: “Si la chuzma hoy se levantó riendo, mañana se recogerá llorando”.

Y Velasco Ibarra, poco después, manifestó: “ No hay tal masacre, lo que hay es unos cuantos ladrones que han asaltado almacenes para robar”. (EL Comercio. 25 XI 1922. Dato de Patricio Ycaza: Historia…pg. 101).

Fue un bautizo de sangre para el proletariado ecuatoriano. Con ese derramamiento de sangre se “solucionó” la crisis política y las cosas siguieron su curso, hasta que

Tres años después triunfó la Revolución Juliana, que dio un golpe de muerte a la plutocracia, cosa que la oligarquía guayaquileña no le ha perdonado. Por eso su solo nombre es considerado en los altos círculos oligárquicos de Guayaquil como una mala palabra, como un recuerdo nefasto. Tantos plumíferos que han escrito sobre el tema, desfigurándolo. La burguesía tiene espíritu de cuerpo, y actúa con conciencia de clase. El único militar de alta graduación de esa época que condenó la masacre fue el coronel Juan Manuel Lasso Ascásubi, según anotó Patricio Ycaza en una nota publicada en el diario HOY del 13 IX de 1987.

Al año del triunfo de la Revolución Juliana se creó el Partido Socialista.

22 años después de la masacre justificada por Arroyo del Río, triunfó el levantamiento popular del 28 de Mayo de 1944 que derrocó su gobierno plutocrático, despótico, represivo, prepotente, soberbio, que jugó tan triste papel en la guerra contra la invasión peruana en 1941. Fue la revancha histórica del 15 XI 1922. Lamentablemente la izquierda ecuatoriana de ese tiempo aceptó que se le entregara el poder a Velasco Ibarra, político salido de la extrema derecha, de la época de los famosos “compactados”, y en poco tiempo todo se vino abajo.

En Guayaquil el cuartel de la policía civil (se les llamaba “carabineros”), ubicado donde hoy queda la Comisión de Tránsito, era entonces un viejo edificio de madera que fue rodeado por activistas populares. La balacera duró horas hasta que incendiaron el local. Los pesquisas, huyendo de las llamas, se lanzaban de los balcones a la calle y en el aire eran “palomeados”. El Intendente de Policía del Arroyismo en Guayaquil había logrado huir con un ayudante a Riobamba, en donde fue reconocido y linchado. Asi consta en los libros de nuestra verdadera historia. No en esta historia revisada y falsa que desesperadamente la extrema derecha procura hacer para sostener sus mitos,fábulas y característicos desplantes.

La herencia literaria del 15 de Noviembre fue la novela del escritor popular guayaquileño Joaquín Gallegos Lara, “Las Cruces sobre el agua”.

Los dos mejores estudios sobre el tema son los de Manuel Agustín Aguirre y Pedro Saad N. En su libro HISTORIA DEL MOVIMIENTO OBRERO ECUATORIANO, Patricio Ycaza le dedica algunas páginas al mismo (páginas 87 a 105: Editorial La Tierra).