PENSAR EN EL PAIS.
12 XI 2008. EL TELÉGRAFO.
POR JORGE NUÑEZ SANCHEZ.
La vigencia de la nueva constitución nos enfrenta a varias tareas de significación, tales como elegir nuevas autoridades, dictar nuevas leyes y poner en
marcha a nuevas instituciones. Y ello nos remite, asu vez, al compromiso ineludible de pensar en el país, sobre el país, acerca del país.
Y es que resulta relativamente fácil pensar en nuestros intereses regionales, sectoriales, o de grupo,, porque asi los problemas y las aspiraciones
nos salen de modo casi espontaneo. Pero siempre resulta más difícil pensar en nuestro país como una totalidad compleja, y se confrontan los intereses particulares y generales, públicos y
privados.
Estamos acostumbrados a la queja, a la protesta, al memorial de agravio, que son formas de expresión de intereses particulares o sectoriales, pero nos
resistimos a pensar en el país como un todo en el que también entran los demás, los próximos y los lejanos, con lo que tenemos que compartir problemas, aspiraciones, y, desde luego, el
presupuesto del Estado.
Esa visión egoista, localista o sectorialista, ha producido graves distorsiones en nuestra vida política. Las provincias o ciudades más grandes han usado
su capacidad de movilización, o su gran número de diputados, para imponer sus intereses sobre los del resto del país. Asi, ellas han concentrado los mejores servicios públicos en salud,
transporte y educación, con lo cual se han convertido en los mayores polos de atracción para la migración interna. Eso ha creado un círculo vicioso, por el cual las grandes ciudades, cada vez
más poderosas, hermosas e influyentes, reclaman más y más fondos públicos para acrecentar esa concentración de riqueza, población y poder. Y ello se ha hecho en desmedro de las pequeñas
provincias, que han visto despoblados sus pueblos y ciudades, y erosionada su economía, porque los que migran a las grandes ciudades se llevan los pocos capitales acumulados en la
localidad.
Ahora, cuando nuestras ciudades mayores están acosadas por la contaminación, la desocupación y la delincuencia, ¿no será hora de pensar también en el resto
del país?
Todo parece indicar que ha llegado de reorientar nuestro modelo de desarrollo, proveyendo al campo y las provincias pequeñas de servicios que alienten la
permanencia de su población y el desarrollo de las economías locales. Eso generará un país más equilibrado en lo económico y social, donde la producción para el consumo interno sea tan
importante como la exportable y los pequeños productores asociados pesen tanto como los agroexportadores.