EL EXTRAÑO CASO DE MANUEL DEL ALCAZAR: VIVO MATÒ A UN MUERTO, MUERTO MATÒ A UN VIVO.

EL EXTRAÑO CASO DE MANUEL DEL ALCÁZAR: “DE VIVO MATÓ A UN MUERTO Y DE MUERTO MATÓ A UN VIVO”

El cuerpo inerte de un hombre yacía en medio de la Plaza Grande de Quito rodeado de una multitud de curiosos que miraban atónitos la sangrienta escena.  Una bala de fusil había terminado con la vida de este hombre. El muerto era el colombiano Faustino Lemus Rayo quien poco antes había cometido un horrendo crimen, había asesinado al Presidente ecuatoriano Gabriel García Moreno a la entrada del Palacio de Gobierno. El crimen del Presidente fue particularmente atroz, Rayo arremetió a machetazos a García Moreno quien, al intentar defenderse, retrocede y cae del atrio del Palacio hacia la calle, su atacante baja a la calzada con intensión de rematarle y cuando cree haber cumplido su cometido intenta huir, sin embargo, un soldado que había llegado en ayuda del mandatario, persigue al asesino y le mata con un certero tiro en la cabeza.

El Presidente sin embargo no había muerto aún. Luego de larga e inexplicable espera, fue llevado al interior de la Catedral de Quito en donde expiró en medio de penosa agonía. Su asesino en cambio murió de contado y su inerte cuerpo seguía exhibiéndose en medio de una muchedumbre en el centro de la Plaza. De pronto un caballero elegantemente vestido se abre paso a través de la multitud de curiosos, se acerca al cuerpo sin vida de Rayo, saca en forma solemne una pistola de su levita y descarga varios tiros sobre el cadáver del colombiano. Quien protagoniza esta aparatosa escena es Manuel Ignacio del Alcázar, cuñado del asesinado Presidente Gabriel García Moreno. El pueblo quiteño, temible calificador, apodó desde ese día a Manuel del Alcázar como “Matamuertos”.

Manuel Ignacio del Alcázar Ascázubi era un petimetre que tuvo la suerte de nacer en aristocrática cuna. Miembro de una poderosa familia terrateniente con entronques políticos, Manuel Ignacio creció en medio del boato y el lujo propio de su clase social. Toda su vida medró a la sombra de sus ilustres parientes. Estaba vinculado familiarmente con la poderosa familia Ascázubi y Matheu. Su tía Rosa Ascázubi y su hermana Mariana del Alcázar fueron sucesivamente, la primera y segunda esposa de Gabriel García Moreno, el hombre más poderoso del Ecuador en aquella época. Por lo demás Manuel Ignacio del Alcázar era una persona intrascendente.

Pasó el tiempo y como a todo mortal a Manuel Ignacio del Alcázar le llegó la hora de dejar este perro mundo. Su muerte, tal como su vida habrían pasado inadvertidas para la mayoría de no mediar una extraña circunstancia.
La ceremonia fúnebre y el entierro de Manuel Ignacio, fue una grandiosa demostración de ostentación y fastuosidad como ameritaba su aristocrático linaje. El difunto yacía en lujoso ataúd elegantemente vestido de frac con broches de oro y anillos en sus dedos. Ya rumbo al cementerio, un sacerdote con toda su corte de acólitos y monaguillos acompañaron a la suntuosa carrosa seguido de numerosos deudos y amigos que se manifestaban con lloriqueos sinceros o fingidos. Finalmente, el cortejo fúnebre llegó al camposanto en donde moran para siempre en soledad y olvido los humanos despojos. Pero aquí no termina la historia de Manuel Ignacio del Alcázar, se diría más bien que recién empieza.

Al día siguiente del fastuoso entierro, el panteonero de San Diego se topa con una escena espeluznante: la tumba de Manuel Ignacio había sido profanada durante la noche, su ataúd se encontraba fuera de su lugar y los cadáveres de dos hombres yacían abrazados sobre la caja mortuoria. ¿Qué había sucedido? ¿Cuál era la razón de tan la tétrica escena? La explicación más aceptable es la siguiente: Manuel Ignacio del Alcázar había sido enterrado vivo. Un ladrón conocedor de la categoría del “difunto” pensó que sería un buen golpe violar su tumba para hacerse de las joyas y vestimenta que sin duda llevaba el ilustre fallecido. Al abrir el ataúd, el aire fresco de la noche y el posible forcejeo del delincuente al intentar sacar su anillo y su vestimenta, provocó que Ignacio del Alcázar despierte de su estado cataléptico y en un acto reflejo e involuntario abrace fuertemente a su profanador, esta sorpresiva reacción aterrorizó al delincuente a tal extremo que se murió del susto. Igualmente, el asombro de Manuel Ignacio al verse en un ataúd y en medio de un cementerio fue de tal magnitud que se murió de la impresión, pero esta vez de verdad. Fue así como terminaron estos dos hombres juntos sobre el ataúd en macabro y mortal abrazo.

Insólito por lo demás el caso de Manuel Ignacio del Alcázar. Posiblemente el único caso en el mundo de un hombre que “DE VIVO MATÓ A UN MUERTO Y DE MUERTO MATÓ A UN VIVO”.